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Sánchez a cruzado el umbral del poder legítimo

La corrupción política del Gobierno en las Sombras

Sánchez cruzó el umbral del poder legítimo

22 de junio de 2025

Por Arnoldo Cañizales

Hace un año atrás escribía que vivíamos en La España  de los Bodrios Socialistas. Y la juerga de la corrupción política del Gobierno continuó.

A lo largo de mi experiencia como analista político, he observado con atención los vaivenes del poder, sus excesos y sus ciclos. España ha vivido momentos de profunda decepción institucional, pero lo que ocurre hoy bajo el gobierno de Pedro Sánchez no solo hiere la confianza de los ciudadanos: amenaza los pilares democráticos del Estado.

El actual presidente no es solo el jefe del Ejecutivo; es también el secretario general del PSOE. Esta doble condición, que en otros tiempos generó un saludable debate interno y permitió la contención de los excesos, se ha convertido ahora en una fusión perversa de partido y gobierno. No hay contrapesos. No hay frenos. Lo que hay es una maquinaria orientada al control absoluto del poder, al blindaje personal y a la utilización de las instituciones para fines partidistas y, según múltiples indicios, para el enriquecimiento ilícito de su entorno. Es la corrupción política del Gobierno en las Sombras.

El caso Koldo, que involucra a un estrecho colaborador del exministro Ábalos en la compra fraudulenta de mascarillas, no es un hecho aislado. Es el hilo que destapa una red más amplia. Aparecen nombres como Víctor de Aldama, José Luis Ábalos, e incluso figuras históricas como Joaquín Almunia, señaladas no solo por su silencio, sino por sus vínculos directos o indirectos con un esquema que huele a podrido.

Pero lo que estremece es que el círculo más íntimo del presidente esté también bajo sospecha. La investigación sobre su esposa, Begoña Gómez, por presunto tráfico de influencias y adjudicaciones irregulares, es un hecho de máxima gravedad institucional. Añadamos a esto las informaciones sobre su hermano, David Sánchez, que ha sido señalado por opacidad y cobros públicos poco transparentes, y el panorama es demoledor: la familia presidencial no está por encima de la ley, pero parece actuar como si lo estuviera.

Lejos de ofrecer explicaciones contundentes, el presidente ha optado por una estrategia peligrosamente autoritaria: Controlar el Relato y Asfixiar la Crítica. Lo hemos visto con el intento de colonizar RTVE, con las presiones a la prensa privada, con el uso partidista del CIS de Tezanos, y con el impulso a una Ley de Información Clasificada que puede blindar las acciones del gobierno por décadas. Esta deriva es aún más evidente cuando observamos la actitud hacia el Poder Judicial: deslegitimarlo, señalar a los jueces incómodos, y buscar una reforma del Consejo General del Poder Judicial que se ajuste a sus intereses. Esto no es regeneración democrática. Esto es populismo de manual, camuflado de progresismo institucional.

La democracia no se defiende sola. Si los ciudadanos no ponen un límite, nadie lo hará por ellos.

No puedo evitar recordar los años oscuros del Felipismo. Los casos de la corrupción política del PSOE de los años 80 y 90 –Filesa, Malesa, el GAL, los fondos reservados, el caso Roldán– sacudieron los cimientos morales de un partido que entonces aún podía escudarse en el relato de la transición. Hoy, ya no hay excusas históricas. Lo que hay es un patrón que se repite: donde hay poder absoluto, hay corrupción. Y el PSOE, lamentablemente, ha demostrado que no ha aprendido nada. O peor aún: ha aprendido a perfeccionar los mecanismos de impunidad.

Pedro Sánchez no gobierna: resiste. Su política no es de Estado, es de supervivencia. Y cada día que pasa, con cada gesto, cada silencio cómplice, cada ataque a la crítica, confirma que ha cruzado un umbral del que es difícil volver: el del poder ilegítimo.

Es hora de que España reaccione

Como ciudadano y como periodista, no puedo aceptar esta normalización de la corrupción, ni la manipulación del Estado para beneficio propio. Es hora de que España reaccione. No desde el odio ni desde el extremismo, sino desde la firmeza democrática. Hay que exigir transparencia, responsabilidades políticas, judiciales y éticas. Hay que movilizarse por una regeneración real. Y sí: hay que considerar, seriamente, la convocatoria de nuevas elecciones. Porque este gobierno ya no representa al interés general, sino a un círculo cada vez más estrecho y más opaco de poder.

La democracia no se defiende sola. Si los ciudadanos no ponen un límite, nadie lo hará por ellos. Y quizás, como en los años noventa, llegue el momento de que la alternancia no sea solo deseable, sino urgente y necesaria.

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